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A los autónomos que son cinéfilos seguramente no les habrá pasado desapercibido que en la reciente gala de los Oscar sólo una película de las nominadas había sido producida por una gran compañía, mientras que el resto eran de empresas de bajo presupuesto. Según algunos expertos un terremoto está cambiando la industria del cine, la extinción de las películas de mediano coste. Un portavoz de una multinacional ha declarado que los elevados gastos publicitarios, unidos al descontrol de las opiniones en internet, han liquidado el futuro de esas películas que se han quedado en tierra de nadie, entre las millonarias y las independientes. Igual que en el mundo de la comunicación, con los tradicionales medios sufriendo terriblemente, mientras que nuevos grupos bien financiados, junto con otros más humildes orientados a pequeños núcleos de población, están ofreciendo sorpresas. En el año 2014, el sector económico en el que más dinero se invirtió en el mundo por el capital riesgo, solamente detrás de la producción de software, fue en medios de comunicación. Pero no en los convencionales, sino en los más innovadores y ambiciosos, como Vice Media, Circa, Buzzfeed, Vox Media y otros, que están combinando con éxito el mundo digital y la oferta de contenidos. Mientras que algunos se lamentan de su mala fortuna pensando en su magnífico producto, otros corren millas explorando cómo los potenciales clientes buscan y acceden a lo que desean.

En la revista Wired se ha publicado que el marketing es de perdedores, porque muchas compañías sólo piensan en campañas de venta, mientras que los más innovadores ponen el foco en la gestión de la información y la tecnología, porque lo que no es masivo deja de ser relevante. Esa intuición probablemente la tuvo un ingeniero norteamericano, David Edwards, cuando abrió su restaurante, el Café ArtScience. Hoy los clientes soportan largas listas de espera para entregarse como dóciles conejillos de indias para sus extrañas invenciones culinarias. Una mesa atiborrada de probetas, rodeada de una exhibición de productos dietéticos y bebidas energéticas de su propia cosecha, le sirve de sorprendente cocina para regocijo visual de sus entregados espectadores. Edwards reconoce que ingresa entre 6 y 10 mil euros diarios, pero sabe que su negocio ya es otro. Con la ayuda de inversores está impulsando empresas para comercializar sus creaciones en varios países, como los yogures “WikiPerlas”. Ahora quiere investigar la relación entre aroma y memoria, por las potenciales aplicaciones de sus platos en el campo de la realidad virtual. Y además está trabajando con una estudiante de 24 años para desarrollar un “ophone”, un teléfono que permite recibir mensajes con olores, o el “obook”, una app para dispositivos electrónicos que también permiten olisquear.

Todo apunta a que el nuevo paradigma económico está provocando una polarización entre empresas grandes y pequeñas, condenando a la extinción a las que sólo aspiran al término medio. Un mundo nuevo que parece gobernarse por la “ley” de Edwards, esa que afirma que el éxito se basa en que “cualquier innovación tiene que salir mal antes de que salga bien”. Un principio inasumible para los amantes de la inercia, pero imprescindible para las corporaciones y los pequeños emprendedores más innovadores, que saben que el futuro sólo se puede surfear cuando se pierde el miedo y se está predispuesto al cambio, por excéntrico o inesperado que este sea.