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Después de toda una vida de profesora tenía una asignatura pendiente. Siempre quiso trabajar de diseñadora, pero los azares de la vida le habían empujado a los derroteros de la enseñanza. Nunca se quitó de la cabeza aquella vieja ilusión, hasta que con 90 años Barbara Beskind consiguió un empleo en una de las empresas más innovadoras de Sillicon Valley. Le cuesta mucho andar, de hecho se desplaza con la ayuda de dos bastones de ski. Le gusta explorar cualquier idea y recomienda no complicarse con las cosas, porque siempre es mejor ir a lo sencillo. Le gusta decir que su secreto es ser capaz de pensar sobre un problema durante cuatro horas sin interrupciones y que su teléfono móvil sólo sirve para llamadas de emergencia. Barbara sintetiza una gran parte de los retos de una empresa contemporánea. No existen más barreras mentales que aquellas que nos ponemos a nosotros mismos, la motivación es más importante que los miedos y los convencionalismos, lo simple es mejor que lo complejo, y hay que poder abstraerse para pensar con claridad, lo que exige poner decididos obstáculos cotidianos a la distracción excesiva que nos provocan esos cacharros que nos bombardean agresivamente cada pocos minutos, e incluso segundos, sin ningún pudor o respeto a la intimidad personal, con mensajes, correspondencia, llamadas superfluas y avisos más o menos inútiles.
Hagan la prueba, a ver si consiguen no atender a sus dispositivos electrónicos durante cuatro horas seguidas en su jornada de trabajo, o fíjense, en la próxima reunión a la que asistan, si no hay una media de dos o tres de estos dispositivos por persona encima de la mesa. Vivimos con una dependencia excesiva, incluso ridículamente acomplejados por no parecer a la última. Y, además de vivir en un constante y agotador vaivén de tamaños, utilidades, superficies y portabilidades de fantásticos e imprescindibles aparatos, también trabajamos con numerosas ideas erróneas. Pensando en Barbara, es fácil reconocer que ser emprendedor no es cosa exclusiva de jóvenes, que la motivación no es un coto cerrado para el ejemplo de deportistas de élite, que un papel con garabatos puede ser más creativo que un power point, y que el silencio reflexivo puede tan importante como un montón de horas de reuniones colectivas.
Decía un viejo proverbio chino que cuando soplan vientos de cambio, algunos levantan muros y otros construyen molinos de viento. Mientras la economía se precipita en un vértigo tan apasionante como acelerado, condicionamos nuestro trabajo, incluso aquellas ideas que pueden parecer tan locas como geniales, con muros invisibles levantados con ladrillos de dudas paralizantes, absurdas dependencias, inútiles convencionalismos, mitos mediocres y medias verdades. Esa es la gran lección de Barbara. Hoy, para vivir, trabajar, por supuesto también para imaginar, es necesario algo tan simple, gracias a un poquito de íntima reflexión sin artilugios, como aprender a observar y aprovechar la propia fuerza del viento del cambio. Como esa anciana que recorre todos los días, con enorme dificultad, el trayecto de su casa a su lugar de trabajo, para sorprender con el diseño de nuevas invenciones, porque sólo ha tardado 90 años en cumplir su sueño, a pesar de esa mayoría que nunca creyó en ella.