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Todos los que conducen saben que un neumático viejo sufre una fricción más intensa que uno nuevo, provocando más consumo de gasolina, un peor rendimiento del vehículo y un mayor riesgo derivado de la inseguridad. Leonardo Da Vinci reflexionó hace siglos sobre esos procesos mecánicos en los que se producen rozamientos o fricciones que dificultan la relación entre dos superficies de contacto, debido a las imperfecciones que habitan sobre estas. Un concepto que se ha extendido al mundo de la empresa, para ayudar a explicar mejor como en una empresa los anticuados procesos suponen fricciones con los mercados, los clientes y los proveedores, perjudicando en definitiva al negocio. Explicándolo con otras palabras, y para lo que nos importa, en muchas empresas surgen costos innecesarios porque es difícil conseguir o usar adecuadamente la información, o porque existe una gestión deficiente derivada de un sistema de comunicación que influye negativamente en las decisiones. Si no me entero bien de la competencia en precios, no recibo las mejores ofertas de proveedores, no consigo comunicar con potenciales clientes, no motivo a mi equipo o me niego a conocer las mejores tendencias para mi negocio, incorporo fricciones a mi negocio que suponen costes, y por consiguiente riesgos crecientes y pérdida de oportunidades.

Las mejores empresas definen estrategias de eliminación de esos procesos intensivos de rozamiento en su engranaje productivo para mejorar su gestión y así ser más eficientes y rentables. Una estrategia que siempre ha de apoyarse en dos líneas básicas: organizarse en red y desarrollar una estrategia para la gestión del cambio. Por un lado, las empresas, clientes y proveedores, tienen que relacionarse de forma diferente, comunicándose entre todos ellos de manera interactiva, incrementando así su colaboración e incluso el control en su relación, al objeto de impulsar procesos de generación de valor, y así aunar mejoras de la competitividad y la satisfacción de todos los que intervienen. En segundo lugar, la gestión del cambio es, o debiera ser, una nueva forma de entender la actividad empresarial, que permita, entre otras cosas, customizar la relación con el cliente, aumentando su satisfacción mientras se disminuyen precios y costos, y, por otra parte, mejorar la productividad, minorar riesgos y generar bienestar. Sin capacidad de adaptación, sin un enfoque de gestión del cambio, se corre el riesgo de dejar de ser competitivos e incluso dejar de existir. Pero esta misión no es tan imposible como parece, no es un coto exclusivo para grandes empresas, basta con simplificar y mejorar procesos, relaciones y la comunicación, haciéndose las preguntas oportunas, aprovechando los cambios del entorno a partir de una buena percepción de los mismos, y mucha flexibilidad interna con enormes dosis de predisposición a los cambios de perspectiva.

Un buen amigo me dijo hace unos días que la mejor estrategia para un proyecto empresarial tiene que basarse en la integración de la coherencia individual, con la social y la global, desarrollando y aprovechando las relaciones interpersonales, el conocimiento y el talento, para generar valor desde la premisa del objetivo del éxito. Un modelo de equilibrio que, a fin de cuentas, sólo persigue eliminar fricciones indeseables entre mi realidad personal como emprendedor, mi negocio, mis clientes, mis proveedores, y el entorno social en el que convivo. Como un coche con ruedas nuevas en una carretera por estrenar y un destino por decidir.